Comentario
Capítulo LXXXIII
De que el general despachó al capitán Martín García de Loyola, el cual prendió a Tupa Amaro Ynga
Como volvió el capitán don Antonio Pereira a Vilcabamba con la presa de los capitanes enemigos ya dichos, el general Arbieto, que deseaba mucho prender a Tupa Amaro Ynga, porque le parecía que la guerra no estaba concluida hasta cogerlo, y que siempre andaban los indios alborotados mientras estuviese entre ellos, acordó de nuevo seguirle, y así mandó que fuese el general Martín García de Loiola en su busca, y de Hualpa Yupanqui su tío, que andaba con él y había sido general de los Yngas. Salieron con él cuarenta soldados por el río Masahuay de los Manaris, provincia de los Andes, indios chunchos, y fueron caminando y cuarenta leguas de Vilcabamba, y en este río, que va a dar al Marañón, o es el mismo Marañón, y desemboca en la mar del norte, hallaron en él seis maderos livianísimos de balsa, que eran con los que el Ynga y sus capitanes y gente habían pasado de la otra banda, y allí reparó el capitán Martín García de Loyola.
Estando alojados, a mediodía, él y sus soldados en la montaña de grandísima arboleda y muy altos manglares, vieron estarse lavando en el agua de esta otra parte cinco indios chunchos, y uno que estaba en atalaya, pescando con su flecha sábalos, de que hay grandísima abundancia en aquel río, y a flechazos los matan los indios dentro del agua. El capitán trató que como se podrían coger algunos indios de aquellos, para tomar lengua y saber del Ynga, pues otros no lo podrían saber mejor, y ordenó que seis soldados se aparejasen. En entrándose los indios en la montaña, se metiesen de dos en dos en las balsas y pasando de la otra parte procurasen tomarlos como pudiesen, porque parecían humos en la montaña, y era que hacían de comer en un bohío, que tenía trescientas y cincuenta brazas de largo, con veinte puertas, y aunque algunos soldados lo rehusaron Gabriel de Loarte dijo al fin: Yo y mis compañeros pasaremos y me obligo de traer presa. Así se metieron con él Pedro de Orúe, el capitán Juan Balsa, Cristóbal Xuárex, portugués, Tolosa, vizcaíno, y otro, y entraron en las balsas y fueron pasando el río de dos en dos. Puestos de la otra banda se metieron así al lugar que tenía marcado, y tuvieron tan buena ventura que dieron de repente con siete indios chunchos, y con singular presteza cogieron los cinco luego, y los dos se les escaparon por causa de haber en el bohío tantas puertas. No tuvieron lugar de tomar sus flechas, que las tenían de colas de bayas. Hallaron en el bohío maíz cocido y más de cincuenta sábalos. Aseguraron a los chunchos, con muestras de mucho amor; hablándoles por lengua de un indio que pasó con ellos que sabía la suya, les dijeron que no tuviesen temor ninguno, que no se les haría mal ni agravio. Salieron con ellos del bohío y por la montaña se descubrieron en la ribera del río, haciendo salva con los arcabuces a los compañeros que estaban de la otra banda. Luego, pasando las balsas, se metieron en ellas el capitán Martín García de Loyola y sus soldados y pasaron el río, donde comieron muy de reposo y con gran contento y alegría de la presa que habían habido, porque hallaron en el bohío treinta cargas de ropa finísima del Ynga, y muchos terciopelos raros y seda rica, muchos fardos de Ruán y Holanda, paños y pajas, borceguíes y mucha plumería de Castilla de la tierra y, sobre todo, abundancia de vasos de oro y plata, y vajilla del servicio del Ynga. Se regocijó toda la gente con tanta y tan rica presa, pareciéndoles que no podía dejar de estar Tupa Amaro muy cerca de allí, pues tantas cosas suyas había en el bohío, guardadas por aquellos chunchos.
Luego trató el capitán Martín García de Loyola, que por medio de intérprete con los indios chunchos trató, que su curaca pareciese, y con dádivas y regalos que les hizo pareció Ispaca, su cacique, y vino donde estaba el capitán, el cual le recibió muy bien. Este era principal de los indios manaries chunchos, al cual hizo una plática, persuadiéndole que dijese dónde estaba Tupa Amaro. Para más obligarle le dio ciertos vestidos del mismo Ynga, y plumas de Castilla, y que si trataba verdad con fiel modo que le daría mucho más y no se le haría mal en su tierra, ni a su gente. El Ispaca atemorizado dijo que cinco días había que partiera de aquel lugar, para entrarse en la mar en canoas, e irse a los Pilcosones, otra provincia la tierra dentro. Que su mujer de Topa Amoro iba temerosa y triste por ir en días de parir, y que él mismo, como la quería tanto, le ayudaba a llevar su hato, y le aguardaba, caminando poco a poco. Con darle aquellos dones y vestidos del Ynga al Ispaca, no los quiso recibir, diciendo que fuera grandísima traición que hiciera a su señor. Martín García de Loyola cogió a este cacique, y luego aquella tarde partió en busca de Tupa Amaro, porque no se alargase más y se escapase con su general Hualpa Yupanqui. Dejó en el bohío, en guardia de la presa, ropa y vajilla, cinco soldados y cuatro indios, que le enviasen de comer, que allí había mucha comida, que el Ynga tenía para su matalotaje, que sólo había detenidos por indios que le llevasen su hato. Con treinta y siete soldados se metió en la montaña por el camino que llevaba el Ynga, y detrás dél fue luego la comida, que fueron diez cargas de maíz, cinco de maní, tres de camotes y ocho de yucas, para que se sustentaran.
Caminó Martín García de Loyola quince leguas hasta donde dio con Topa Amaro, que se había desviado del camino, y junto a un brazo, de mar, que así se puede llamar aquel río grande. Si el día que tuvo la nueva Martín García de Loyola, y otro siguiente, no camina, no le pudiera alcanzar de ninguna suerte, porque aquel día habría hecho grandes cosas con su mujer, inoportunándola [para] que se metiera en la canoa para que caminaran la mar adelante. Pero ella se temió grandemente de meterse en aquel piélago, que tenía más de ciento y cincuenta leguas de mar, y así fue la causa de su prisión y muerte. Porque si se entra en la canoa y se hace a lo largo era imposible cogerles, porque ya les habían traído comida, matalotaje para pasar aquel piélago de otra parte, y con esto se les fueran de las manos.
El modo de la prisión fue que, yendo caminando a las nueve de la noche dos soldados mestizos, que iban delanteros, llamados Francisco de Chávez, hijo de Gómez de Chávez, escribano del cabildo de Cuzco, y Francisco de la Peña, hijo de Benito de la Peña, escribano público también de la dicha ciudad, descubrieron una candelada de lejos, y fuéronse llegando poco a poco hasta llegar adonde estaba el Ynga Topa Amaro con su mujer y su general Hualpa Yupanqui, que se estaban calentando. Como dieron sobre ellos, por no alborotarles les hicieron mucha cortesía, diciéndole que no se alborotase y que su sobrino Quispi Tito estaba en Vilcabamba seguro y muy bien tratado, sin que se le hubiese hecho ningún disgusto ni mal tratamiento, y que allí iban por él sus parientes Juan Balsa y Pedro Bustinza, hijos de las coyas doña Juana Marca Chunpo y doña Beatriz Quespi Quipi, sus tías. Por haber sido el primero que llegó al Ynga el Francisco de Chaves, le llamaron Chaves Amaro, y también porque le tomó unos vasos ricos al Ynga. Estando en esto, llegó el capitán Martín García de Loyola, con Gabriel de Loarte y los demás soldados, y prendió al Ynga, y habieno estado aquella noche con mucho recato y cuidado, por la mañana de vuelta hacia Vilcabamba donde llegaron, sin sucederles cosa ninguna, en salvamento.
Era Topa Amaro Ynga muy afable, bien acondicionado y discreto y de muy buenas palabras y razones, grave y de pecho que no se le dio cosa ninguna, ni mostró hacer estima ni caudal por todo cuanto allí perdió, y le quitó Loyola, y los demás soldados que habían ido con él, más de una pluma betada con oro tirado, cola de guacamaya. Por una manta colorada, que parecía raso fino de Granada, le pesó se la diese al cacique Ande en su persona, con una camiseta de terciopelo negro, y por esto se desabrió y mostró disgusto con el Martín García de Loyola, pues le dio de rempujones, rogándole más de millón y medio a lo que comúnmente se dice en oró, plata, ropa de Castilla, sedas y muchas barras de plata, fuentes y aguamaniles y otras piedras ricas, y joyas y vestidos. Este Topa Amaro y su mujer entregó al capitán Loyola al general Martín Hurtado de Arbieto, al cual hizo, en sabiéndolo, el virrey don Francisco de Toledo merded de la gobernación de Vilcabamba, el cual luego se intituló en ella Señoría.